Por: Alejandra Inclán
<<Lo mejor de ser adulta es algo tan maravilloso que tengo frente a mí, esa eres tú, hija>>, le dijo la adulta-niña a la infanta frente a ella. Esta sonrió y respondió: <<¡Qué bonito!>>
<<Nunca dejes de ser niña, aunque crezcas y algunas veces tengas que actuar como grande>>, dijo la madre. La niña agachando la cabeza contestó: <<Lo sé>>.
Ambas se abrazaron.
Viéndolas jugar nadie distinguía cuál era la adulta y cuál la niña, porque a ninguna le envejeció el corazón, aunque la madura tuviera 40 y la menor 22.
Ellas, aun pareciendo mayores, seguían disfrutando la niñez.