Por: Alejandra Inclán
Higuera seca que en apariencia nada tenía que dar. Tu fruto no brotó. Tus hojas verdes no daban frescor. Tus ramas se extendían causando sombras que no brindaban cobijo. Nada diste. Sólo creciste. Y en tu aparente esplendor tu fin llegó. Mis lágrimas quisieran regar tus infértiles raíces y no pueden. Seca estás. No resucitarás. Pero hasta en ti la luz de Él brilla y como jardinero de luz y vida, te ha dado el honor de ser ejemplo para nuestras existencias. Tus frutos dejan de ser lo que nunca diste. Ni un higo ofreciste. Mas Él te abonó en la inmortalidad de la enseñanza que en el tiempo trascendió. Hoy leo aquella anécdota antigua y aprendo de la luz que se te concedió. Hasta lo estéril tiene algo que dar. Todo a su tiempo.
Cosecho lo que el jardinero celestial te dejó, degusto tu luz, el fruto que Él te injertó.
Mateo 21:18-19
Jesús maldice la higuera sin fruto
Por la mañana, cuando volvía a la ciudad, Jesús sintió hambre. Vio una higuera junto al camino y se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo a la higuera:
—¡Nunca más vuelvas a dar fruto!
Y al instante la higuera se secó.