Por: Alejandra Inclán
Abrí la ventana y mi gato se asomó. «Se está acabando el mundo», le dije ante la tormenta. No le importó y de un salto salió. Entonces comprendí y lo seguí. No te escondes del fin del mundo. Se acepta…

Y acabo todo, hasta que millones de años después toqué las mejillas de un bebé nacido de una pareja con brillo de inteligencia. Yo ya no era humana, era el viento que atestiguaba el retorno de una humanidad a la Tierra.
El ciclo se volvía a repetir y la tormenta caería, ahora ante un sol rojo, más frío y agonizante.
Y así como a mi antepasado, nadie escuchará mis alaridos, nadie prestará atención cuando el nuevo fin esté cerca.
La carne los hace sordos, y mi lenguaje antiguo y espiritual, sólo los gatos lo entenderán…